Anuario de Estudios Medievales 54 (2)
ISSN-L: 0066-5061, eISSN: 1988-4230
https://doi.org/10.3989/aem.2024.54.2.1506

Víctor Pérez Álvarez, Ruedas, campanas y tardones: relojes mecánicos en la Castilla Bajomedieval, Budapest, Trivent Publishing, 2024, 364 pp. (History and Art; 8). ISBN 978-615-6696-33-5.

 

Tradicionalmente, los estudios dedicados a la historia de los relojes y la medición del tiempo han gozado de un gran interés en países como Alemania, Francia o Inglaterra. No se puede decir lo mismo de la historiografía española, donde apenas se ha prestado atención a este particular capítulo de la historia de la humanidad y de la técnica. De manera general, el interés de nuestros autores se ha centrado en las colecciones reales, en la confección de inventarios de relojes de torre y en estudios de ámbito local o comarcal. Frente a estos, han escaseado las obras monográficas con una visión más amplia y ambiciosa, tanto en el marco geográfico como temporal, como es el caso del libro objeto de esta reseña.

Tras el prólogo de Isabel del Val Valdivieso, el autor nos presenta el contenido del libro con una introducción en la que define de manera precisa su objeto de estudio: la introducción del reloj mecánico y su valor simbólico en Castilla durante los siglos XIV al XVI (pp. 21-46). León, Santa Marina del Rey, Salamanca, Medina del Campo, Palencia, Burgos, Valladolid y Sevilla son las localidades representadas. En este apartado introductorio se abordan cuestiones relativas a los aspectos técnicos de estos mecanismos, su proceso de miniaturización, la definición de reloj público y privado, la división del día y el origen de las horas modernas, y el debate aún abierto sobre la aparición y difusión del reloj mecánico en Europa. Cada uno de estos temas sitúa al lector en el contexto histórico en el que surgen estas máquinas, al tiempo que permiten aclarar una serie de conceptos previos, sin cuyo conocimiento no sería posible comprender este fenómeno en toda su extensión. De manera pertinente se exponen la metodología, las fuentes, las dificultades surgidas durante el proceso de investigación y el estado de la cuestión.

El primer capítulo presta atención a los relojes públicos de las localidades castellanas ya nombradas, construidos durante los siglos XIV y XVI (pp. 47-152). Se trata de un estudio detallado que tiene en cuenta los aspectos formales de cada uno de los artilugios que se relacionan, junto al impacto social que supuso su instalación. Cada uno de los mecanismos se describe y analiza en relación con las diferentes fases constructivas, reformas y reparaciones del templo o edificio donde se instala. Otro ámbito de interés es el relativo al contexto urbanístico: conocer en qué parte de la ciudad presta servicio un reloj público, ofrece datos relevantes sobre a quiénes podría beneficiar su presencia y de qué manera. El propio autor ya nos advierte de la inexistencia de relojes de cronología medieval en el territorio correspondiente a la antigua Corona de Castilla, con excepción de algunas campanas y torres que llegaron a albergar alguno de estos artilugios ya desaparecidos. Esta limitación, junto al hecho de que algunos relojes conservan características propias de un artefacto medieval, ha dado lugar a que se incluyan otros mecanismos del siglo XVI. Así sucede con el reloj de torre de Santa Marina del Rey, instalado en 1590 pero en funcionamiento y sin alteraciones sustanciales hasta la actualidad (pp. 59-68). A esta singularidad se suma el hecho de conservarse dentro de la torre original de igual cronología, levantada ex professo que hace de este reloj una pieza excepcional. Como se demuestra en estas páginas, la construcción de un reloj de edificio era una empresa compleja para la que se requería de la movilización de un importante volumen de recursos humanos y materiales.

El segundo capítulo trata sobre los relojes privados vinculados a los ambientes palaciegos y de lujo (pp. 153-181). Frente a figuras como la de Juanelo Turriano, la historiografía apenas ha prestado atención a los relojes procedentes de las cortes castellanas bajomedievales. Pérez Álvarez acredita la existencia de estos artilugios en las cortes de Pedro IV, Enrique III de Castilla y Enrique IV, y entre el ajuar de los arzobispos Pedro Tenorio y Juan Martínez de Contreras. De igual manera, se aportan datos novedosos sobre algunos relojes propiedad de Isabel la Católica, Felipe el Hermoso, la reina Juana y Carlos I, poco atendidos por la historiografía.

El tercer capítulo, centrado en la figura del relojero, nos ofrece un corpus de artífices como fray Pedro de Jaén, Juan de Aviñón, Ferrán García, Bartolomé Sánchez, Martín Alemán, Juan de Chalón, o los maestres Alonso y Antón, activos durante los siglos XV y XVI (pp. 183-213). Aunque algunos de estos profesionales ya eran conocidos, se nos ofrecen datos inéditos que ayudan a esclarecer su trayectoria vital y profesional, su extracción social y vinculación con otros saberes técnicos. Se constata la tendencia a la itinerancia y la agrupación familiar. A modo de ejemplo, se citan los casos de las familias Rodríguez y Sánchez, de las que se ha documentado su actividad en diversas ciudades castellanas durante el siglo XV.

La hechura y el mantenimiento de los relojes se tratan en el cuarto capítulo, donde se analizan los aspectos tangibles de su construcción, mantenimiento y conservación. El espacio físico en el que los relojeros desempeñaban su labor es tratado de igual manera, puesto que se incluyen los talleres y sus diferentes tipologías, el personal y los trabajadores, materias primas, herramientas y técnicas de trabajo empleadas para su elaboración. Resulta útil la tabla comparativa en la que se describen las instalaciones y las herramientas de varios talleres de relojería datados entre los siglos XIV y XVI (pp. 245-254). Otra de las aportaciones de este capítulo es la relacionada con los promotores de los grandes relojes públicos y monumentales. En este punto, el autor matiza la conocida afirmación de Jacques Le Goff, quien atribuyó a la burguesía la difusión del reloj público, interesada en imponer un nuevo concepto del tiempo, laico y ciudadano, por contraposición al viejo tiempo de las campanas, religioso y rural. Como se demuestra aquí, la difusión del reloj mecánico en calidad de reloj público debió mucho a la iniciativa y el impulso de reyes, príncipes y nobles. La propia Iglesia también financió la construcción de relojes públicos, como sucedió con el obispo Gonzalo de Mena, quien promovió la instalación de sendos relojes en las catedrales de Burgos (1384) y en la de Sevilla, donde además mandó a fundir la campana para el reloj de la Giralda (1400). Por su parte, el arzobispo Juan Martínez Contreras encargó la colocación de otro mecanismo en la catedral de Toledo, entre los años 1425 y 1431 (pp. 216-217). Los señores de ciudades y villas de menor entidad, tanto laicos como eclesiásticos, los concejos, la nobleza y hasta ciertos particulares también destacaron por su interés en la construcción e instalación de relojes monumentales. El reloj se estima como un accesorio público necesario para la villa o la ciudad, que contribuye a su ennoblecimiento y al gobierno público. Como se señala, en muchas ocasiones su instalación formó parte de programas de obras públicas de mayor envergadura, como el mantenimiento de murallas o puentes, la construcción de fuentes o el empedrado de las calles.

El último capítulo está dedicado a los aspectos intangibles del reloj mecánico, que el autor ha clasificado en dos bloques. En el primero, se estudia su papel como indicador del tiempo, con los sistemas de recuento horario empleados en Castilla y con los ámbitos en los que se utilizan sus horas (pp. 255-268). En el segundo, aborda el reloj en la cultura castellana y se analizan algunos de los aspectos simbólicos del reloj público como accesorio y elemento urbano, así como su relación con la teoría del buen gobierno a través de la figura alegórica de la templanza. También se ofrecen unas notas interesantes sobre los autómatas de los relojes castellanos ⎯conocidos con el vocablo de tardones⎯ sus tipos, sus funciones y su percepción hasta la actualidad (pp. 268-284).

Cabe destacar cómo el autor supera la visión teleológica de la historia, aplicada por una buena parte de los historiadores de la relojería, que han tendido a explicar el origen y el desarrollo del reloj mecánico atendiendo exclusivamente a su papel como instrumento indicador del paso del tiempo, en detrimento de otros aspectos como su dimensión simbólica y su valor cultural. Como se demuestra, informar de manera sonora o visual sobre el transcurrir del tiempo, no siempre ha sido la motivación principal para invertir grandes sumas en la construcción y el mantenimiento de estos ingenios mecánicos. Entre sus usos más frecuentes sobresale la convocatoria de reuniones de órganos colegiados como concejos, cabildos eclesiásticos, o audiencias. También para regular la actividad de los regatones, el toque de la queda, y para el desarrollo de ciertas disciplinas como la astronomía, la astrología y la medicina. Precisamente, en relación con estos últimos saberes, una de las causas que se plantea en torno al origen del reloj mecánico tiene que ver con el deseo de los filósofos naturales en crear un instrumento que representase el movimiento de los cuerpos celestes. De hecho, como se señala en este libro, una de las pruebas más evidentes de la conexión del reloj mecánico con la astronomía es su principal indicador visual, en castellano llamado esfera, vocablo que hace referencia a la bóveda celeste, que es lo que representa. Como ya se ha dicho, el reloj mecánico también sirvió para proyectar virtudes como la templanza, el buen gobierno y la imagen de la ciudad. En relación con este tema, en Europa las plasmaciones plásticas de la templanza añadieron a mediados del siglo XIV la presencia de un reloj de arena y, a inicios del siglo XV, el reloj mecánico como especial atributo. Ambas ideas se aplicaron a las ciudades y, en el caso de la Corona de Castilla, a sus concejos.

Aunque estas se han ido presentando de manera oportuna a lo largo del texto, el autor nos ofrece unas conclusiones en las que recalca los aspectos más importantes de su investigación sobre la llegada del reloj mecánico a Castilla y el empleo de las horas modernas (pp. 285-295). Precede a la bibliografía un apéndice documental constituido por 67 documentos procedentes de diversos archivos (pp. 297-339).

Como sucede con cualquier publicación sobre historia, ningún trabajo es definitivo y este libro no iba a ser menos. Como reconoce el propio autor, aún quedan cuestiones inacabadas o pendientes de resolución, especialmente en lo referente a los ámbitos geográfico y cronológico de su estudio. En el primer caso, queda pendiente conocer cómo se produjo la implantación del reloj mecánico y de las horas modernas en el resto de la península ibérica, y qué relaciones políticas y redes comerciales propiciaron su difusión en los diferentes reinos de la Península. En cuanto al límite temporal, resulta imprescindible ampliar el estudio hasta al menos el siglo XVII, pues no fue hasta ese momento cuando se produjo la llegada de nuevos avances tecnológicos ⎯el péndulo y el volante con espiral⎯ que marcaron el inicio de una nueva etapa en la evolución de estos artilugios, permitiendo un mayor grado de precisión. Sin duda, el volumen de documentación a consultar y la amplitud del territorio hacen de esta una tarea inabarcable para un solo investigador. Solo la creación de equipos de investigación o el trabajo colaborativo entre diversos especialistas, podría hacer realidad este reto. Sea como fuere, nos encontramos ante una obra que está llamada a servir de referencia a futuros investigadores.